jueves, 15 de enero de 2009



El 12 y 15 de julio publiqué fotos que mostraban la incomodidad del diseño de las casetas de venta callejera. Independiente esto de que considere por otro lado que la factura visual de la caseta es buena. Es un intento arrogante talvez, pero interesante, sin conocer yo al diseñador. Le faltó tener en cuenta realidades de la vida del vendedor, para que su diseño no sea solo un acto de vanidad, sino que cumpla su fin último, de ser útil.





Armado de mi potente Nokia N95, encontré hoy dos ejemplos vivos de las consecuencias estéticas del diseño.



En el norte, una señora vende minutos que anuncia con un cartoncito escrito a mano, y su paraguas. El diseño de la caseta debería incorporar despliegue de publicidad, y parasoles plegables metálicos
En el centro, cerca a mi apartamento, un señor utiliza como parasol no una cubierta, sino una cortina que es un despliegue de publicidad, porque es un poster de película. Es mi segundo encuentro cercano con publicidad de película como fachada temporal y móvil en las últimas 48 horas. Si eso no es augurio, que me muestren uno. Y eso desata el deseo de cometer arquitectura en el acto. Noten que además de cartoncito escrito a mano anunciando minutos hay un coqueto asiento que puede ser plegable, o sacable de la misma puerta. Nadie se sienta en la nevera, que era la idea del diseñador.



Las casetas deberían poder desplegar publicidad recambiable. Incluso publicidad electrónica. Deberían ser sitios de venta de tarjetas de Transmilenio, de minutos, de recarga, y alquilar conexiones a Internet. Deberían buscar ser algo más que referentes visuales, y pasar además a ser sitios de convergencia.
Estéticamente deberían cambiar de estrategia de diseño. Lo que Colin Rowe en su libro Ciudad Collage llama la estrategia estética minimalista del erizo debe cambiarse por la estética de la zorra. En próximas entregas armado de mi estilógrafo musa disertaremos sobre el Diseño Zorra.

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