jueves, 22 de noviembre de 2012

El Sindrome de Marroquín, o el solipsismo Santafereño.

El Sindrome de Marroquín, o el solipsismo Santafereño.

Menos mal que no me tocó vivir una guerra nacionalista, porque me hubieran fusilado por desertor. Opino que la tierra no debería ser de nadie, ni siquiera de las naciones, menos aún de la humanidad. Entiendo que eso es utopismo-anarquismo onanista de puro perdedor, luego no insisto, solo menciono esa opinión para aclarar hasta que punto me debería sentir desvinculado emocionalmente del asunto de fronteras humanas entre Colombia y Nicaragua. Pero el asunto de San Andrés tiene aristas irresistibles para mí. En la TV un pescador negro luterano dice en pesado español: “Para qué sirve un pescador con un monte y sin mar?”

Y tengo estos dos mapas tomados del Internet.
El primero muestra todo lo que era la GranColombia que nos dejó Bolívar. Y es inevitable comparar cómo se atomizó el control total de la Orinoquia y el de casi un veinte por ciento de la selva amazónica. Cómo se perdió una unidad política entre el Canal de Panamá, y los altiplanos ecuatorianos. Por más de cuatro mil kilómetros toda la costa continental del Caribe desde Nicaragua hasta Guayana  estaba unificada .




Pero el mapa adolece de miopía, solo ve un pedazo de la realidad. Ignora completamente el Caribe Oriental,  no aparece la Costa de Mosquitia (léase Nicaragua), y ni se menciona a San Andrés.
Este mapa es un compendio de lo que yo denomino El Sindrome de Marroquín o el Solipsismo Santafereño.
El presidente Marroquín parece que dijo en alguna ocasión que Colombia debería estarle agradecida porque a él le entregaron un estado, y él entregaba dos. Sal en la herida, frivolidad como una bofetada.
El segundo mapa explica cómo Arnold Toynbee comentaba que una prueba de la competencia histórica dela aristocracia inglesa era su visión geopolítica. 

Las sucesivas monarquías inglesas durante ocho siglos han luchado por evitar que alguien ejerza hegemonía política sobre el litoral atlántico, y mantener así libre la navegación por sus grandes ríos y estrechos. Y los tratados internacionales más antiguos de Europa occidental son los celebrados por los ingleses con portugueses y noruegos, dos pequeños pueblos en los dos flancos del Atlántico. Por esa política han ido a la guerra varias veces desde 1300, cuando el Príncipe Negro fue enviado por el Rey de Inglaterra para ayudar a los portugueses contra los árabes. La última vez fue en 1940 contra los nazis. Y esa política ha durado tanto porque entiende, y  explota las ventajas naturales de los ingleses, y toda la población la comparte.

Una visión de esa escala fue el sueño de la Gran Colombia. Ningún estado sucesor de esa empresa ha podido generar nuevamente esa escala de visión. Y en Colombia, uno de los estados sucesores, el centralismo político nos ha llevado a una especie de solipsismo geográfico. Miremos el primer mapa: Estamos desgarrados entre horizontes disparejos, entre paisajes desconectados.

Santa Fé de Bogotá y Ciudad de México son las dos únicas metrópolis españolas situadas lejos de los litorales. Pero México se levanta sobre Tenochtitlán, y su misión estaba clara: Dominar el corazón de una civilización poderosa derrotada. Bogotá esta levantada sobre nada, con perdón de mis antepasados chibchas. Desde esta portentosa sabana de atmósfera tenue enclavada como un balcón elevado casi en un centro geográfico todo se ve superlativo. La selva más extensa del mundo nos atrae hacia el oriente, el litoral más húmedo del mundo hacia el occidente, los altiplanos incas de la cordillera más larga del mundo hacia el sur, el Caribe indionegromono hacia el norte. Podemos ser todo eso a la vez sin volvernos locos? Y ahora también Las Islas, con negros luteranos angloparlantes, y desde ellas se ven más costas que a su vez nos dejan entrever horizontes aun más extensos y lejanos. Ver el mundo desde Bogotá nos da uuuun vééértigo. 









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