CIFRAS Y
REALIZACIÓN
Cuando emprendí la tarea de redacción de este libro,
había decidido confiar a un economista – al Sr. Francis Delaisi, por ejemplo- este capitulo “ Cifras”, por
medio del cual mis conclusiones de arquitecto deberían recibir la consagración
de las cifras. Las preocupaciones cotidianas, el agite del día a día de la
existencia me han hecho llegar a esta fecha, sin que yo pudiera preparar a
tiempo el documento necesario. Y he aquí que el impresor reclama su ultima
copia: Mi capitulo “Cifras” no tendría cifras.
Yo quisiera pedirle lo siguiente al economista: a)
Quisiera usted cifrar a la fecha el valor catastral de las propiedades
afectadas por mi proyecto. Cifrar el costo de las demoliciones, los costos de
construcción y de equipamiento de los nuevos barrios, el valor renovado de esos
nuevos barrios recién construidos, sacar la diferencia, y establecer el
beneficio de la operación.
b) Hacer la estadística de las firmas que pudieran
volverse locatarios-adjudicatarios de los nuevos inmuebles. Establecer las
disponibilidades financieras privadas que pudieran ser convocadas para la
realización del programa. Fijar la cifra faltante que deberá ser objeto de un
apoyo desde el exterior ( porque sería deseable que esta inmensa empresa para
el uso público sea realizada por el público, y no por el Estado, que no sería
“usuario” ). Examinar en qué países pueda ser encontrada la suma faltante, y a
qué países sea posible vender en buenas condiciones esos derechos de
participación.
c) Dada la inmensidad de los capitales en juego, examinar
de qué manera influenciará la economía nacional (valorización del franco,
seguridad del franco, etc.) esta adquisición por extranjeros de una parte
importante del suelo y de los inmuebles parisinos.
Reducido a exponer por mí mismo el aspecto económico de
mi proyecto, haré en órdenes de magnitud lo que el analista, el economista
hubiera hecho en detalle. Aplicaré mi sentido común, que da la dirección. Acaso
no esta hecha la vida de eso? Cada uno desde su especialidad se aventura a la
realización de problemas delicados y complicados. Un corto razonamiento, en
órdenes de magnitud, significativo en el conjunto, me ha incitado precisamente
a proseguir una solución que se sabía debía encontrarse en aquella dirección
que el juicio había designado.
Proponer la demolición del centro de París y su
reconstrucción podría parecer una broma de mal gusto. Pero, si los
razonamientos sucesivos han afirmado insistentemente, desde lados diferentes,
con diferentes puntos de vista, que se debe actuar en ese sentido? Que hay que
demoler el centro y reconstruir en altura?
Veamos los razonamientos “cifras” y “ejecución”:
El centro de las grandes ciudades representa el más alto
valor catastral. Designemos ese valor como (A). Haussmann demolió los barrios
degradados de París y los reemplazó por barrios suntuosos. Las operaciones de
Haussmann son medidas financieras. Haussmann repletó las arcas del emperador.
Al valor (A) lo quintuplicó hasta (5A).
Pero Haussmann reemplazó edificios degradados de seis
pisos por edificios lujosos de seis pisos. Solo realizó una revalorización de
calidad, no de cantidad.
Si actuando como él, pasáramos la densidad del centro de 800 a 3,300 habitantes por
hectárea, cuadruplicamos la capacidad de esos barrios nuevos, por lo que su
valor catastral pasa de ser (5A) a ser 4(5).
Conclusión. No digamos “Si, pero...qué capitales tan
inmensos habría que consagrar a la expropiación y a la construcción, ” Sino más
bien:”Que fábrica de capitales, en qué producción de billones y billones se
convierte esa maniobra de revalorización del suelo?”
Revalorización posible solamente a condición de
establecer un plan magnífico de equipamiento del centro de París.
Billones?
Muchos; un beneficio enorme? Cuánto? Eso es lo que debería decir el economista,
que puede investigar los datos numéricos del problema. Ese economista debería
interesarle enormemente al ministro de finanzas.
El ministro de finanzas puede encontrar recursos inmensos
en el suelo de París.
El espectro de una especulación inmobiliaria? Imposible,
veamos porque:
El día del decreto de expropiación general del centro de
París, se avalúa la propiedad catastral en (A). Es fácil de establecer, dicen
los expertos, según la información de las ventas hechas a la fecha en diversas
partes de la ciudad. Para la construcción de una ciudad de negocios , se
valoriza (A) hasta (5A), si se cuadruplica la densidad, entonces será 4(5A).
Nuestro poder de compra es de 4 veces 5 veces el valor de (A). Rebaje ese
estimativo optimista a los límites de lo prudente, y aun así usted tiene un
poder de compra enorme, y pagará (A) sin
discusión. La expropiación se convierte así en una operación equitativa y
rápida.
Construir hasta sesenta pisos de altura nos da acceso a
esa inmensa riqueza.
Quién pagará la construcción de esos vastos inmuebles de
negocios? Los usuarios. Son legión en París quienes abandonarían sus
apartamentos burgueses del boulevard Malesherbes, o del boulevard de los
Italianos, o de la calle Laffitte, o la calle de Provence, en los cuales
explotan sus negocios. Son legión aquellos que se inscribirían para la compra
de 50, 100, 200, 500, 1,000 metros cuadrados de oficinas en un
rascacielos. Los usuarios son los propietarios del rascacielos.
De cualquier manera, son numerosos aquellos que no pueden, por ser sus negocios
muy nuevos, o por cualquier otra causa, disponer de capital para ser
copropietario del rascacielos. Ellos serán solo arrendatarios.
Y de resto, qué? Una parte de esa potencia financiera se
encuentra en el país. Otra parte importante se encuentra en el extranjero.
Ofrecer una participación a los extranjeros? Ofrecer el centro de París, el
terreno y los inmuebles formidables, riqueza y esplendor nacionales, a los
extranjeros, a los Americanos, a los ingleses, a los japoneses, a los alemanes?
Si, precisamente.
Sería formidable que ese valor inmenso del centro
construido de París, perteneciera en parte a extranjeros. Si se invierten
billones en torres gigantescas de vidrio en el corazón de París, y una parte
importante pertenece a los americanos y a los alemanes, no se imaginan ustedes
que ellos impedirán que se los destruya con aviones, o con cañones?
He aquí, talvez, un remedio para la guerra aérea:
Internacionalizar el centro de París. El americano no permitirá que lo
destruyan, el alemán se cuidará de destruirlo. Es bien sabido que son los
grandes capitales quienes financian las grandes guerras.
Construir en el centro de París 20 rascacielos de 175 metros de lado y 200 metros de alto y
ofrecerlos en el mercado internacional de capitales, es talvez una manera de
poner a París al abrigo de destrucciones bárbaras.
Lo cual podría interesar grandemente a un ministro de la
guerra.
“Usted no puede, como en tiempos de Haussmann, arrasar
barrios enteros, expulsar a sus habitantes, volver el corazón de París un
desierto por tres, cuatro, o cinco años” A eso se opone la crisis de
alojamientos.
En nuestro proyecto, un rascacielos que alberga a 40,000
empleados ocupa el 5% de la superficie del suelo. No se reubicaría sino el 5%
de la población actual. Es cosa menor tratándose de una medida de utilidad
pública ( enviemos a esos trogloditas de la gran ciudad a sus ciudades jardín. Ese 5% de habitantes de Les
Archives, del Temple y de Marais. La capacidad de compra del 4(5A) nos
permitiría hasta ofrecerles una pequeña casa).
El rascacielos terminado no ocupa sino un 5% de la
superficie del suelo. El rascacielos en construcción no ocupa tampoco mucho
más. Será construido en hierro y vidrio; nada de piedra; no se trasladará al
centro de París las canteras de provincia; es una estructura que se monta sobre
si misma de manera regular y gentilmente mediante remaches. Se construye en
fábrica, en las proximidades de París, y aún en provincia, en talleres
metalmecánicos.
Al cabo de tres años, de cinco años, el rascacielos
estará terminado. Con sus instalaciones y mudanzas, sus mutaciones. De barrios
diversos, se viene a ocupar el rascacielos; se liberan las antiguas oficinas
vacantes, otros se trasladan, dejando libres sus apartamentos, y así se forma
una cadena que pronto permite vaciar el terreno alrededor del rascacielos. Se
demuele, se trazan avenidas, los parques, se siembra.
Un ministro de obras públicas puede arreglar el centro de
París sin afectar a nadie.
Si se busca desplazar el centro de París ( como se
insiste tanto ahora) hacia Saint-Germain-en-Laye o a la llanura de Saint Denis,
he mostrado que la cosa no es técnicamente posible. Financieramente sería
provocar una debacle aterradora, por la desvalorización del centro que
constituye un valor superior que representa una parte importante de la fortuna
nacional. En este caso los billones se verían reducidos a cero por decreto.
Allí esos billones serían devorados en equipar una ciudad nueva; arbitraria e
ilegítimamente se valorizaría a un precio enorme un terreno que no valía casi
nada; con el mismo golpe se aniquilaría, se destruirían riquezas inmensas. Tal
injusticia y tal imposibilidad técnica no resisten un razonamiento.
He ensayado mostrar las bases, porque la discusión se evade
siempre de las situaciones objetivas, ardientes, para irse hasta el país de la
filosofía, perderse, extenderse, tocar la nada. Yo digo que el orden es la
clave de todo acto, el sentimiento la dirección de todo movimiento.
Faltan cifras en mi libro, y eso es perjudicial.
Cualquier otro, un especialista, las establecerá, espero, una vez planteado el
problema. La cifra es todopoderosa, lo concedo. Pero la cifra o es positiva, o
es negativa. Tengo la certeza de que será positiva. También tengo la certeza de
que la hora ha sonado, pues los frutos maduran algún día. La hora del urbanismo
ha sonado. Si no lo reconocemos, qué haremos. Esperar aún más? No podemos
esperar más. Este es un momento decisivo. Si esperamos, el hombre, con su
egoísmo fundamental, actuará sobre su egoísmo estrecho. Egoísmo satisfecho de
algunos y la ciudad se reconstruirá de nuevo, sobre sí misma, como ya ha
comenzado a hacerlo, y seremos sofocados en esa ciudad nueva y falsa; la ciudad
caerá en decadencia; tenderá hacia la desaparición, y lentamente saldrá de la
historia…
Bogotá, marzo de 2000|