La Dama de la 22 Cuando uno pasa por la calle 22, acera sur, mitad de cuadra, calle 22 # 12-43.
Un muro alto y bien construido, con portón de madera fina, labrado. Lote ancho, casi 20 metros. Por detrás del muro asoma la oscura punta de un ciprés triste y descuidado. Parecen un muro y un árbol de mejor familia que sus vecinos, edificios degradados refugio de mendigos y drogadictos.
La foto Google Earth nos muestra que ese es el único árbol en centro de manzana. A veces pasa uno cuando se cumple un ritual semanal que produce fugaz regocijo en el revoltillo de putas que trabajan esa acera. Al atardecer, un portero muy anciano abre el portón agotado y deja ver un amplio jardín clásico de rotonda central con ciprés triste y lleno de polvo, y sendero de gravilla para los carros. Y al fondo la mansión afrancesada.
Y en el atrio aparcada una enorme limusina Packard años 40. Dos ancianas señoritas del servicio con cofia y delantal almidonados colocan con infinito cuidado una vajilla de plata y manteles de encaje en el baúl. Una dama más anciana todavía, elegantemente vestida a la moda del siglo pasado aparece en el vestíbulo, y monta en el asiento de atrás de la limusina.
Un muro alto y bien construido, con portón de madera fina, labrado. Lote ancho, casi 20 metros. Por detrás del muro asoma la oscura punta de un ciprés triste y descuidado. Parecen un muro y un árbol de mejor familia que sus vecinos, edificios degradados refugio de mendigos y drogadictos.
La foto Google Earth nos muestra que ese es el único árbol en centro de manzana. A veces pasa uno cuando se cumple un ritual semanal que produce fugaz regocijo en el revoltillo de putas que trabajan esa acera. Al atardecer, un portero muy anciano abre el portón agotado y deja ver un amplio jardín clásico de rotonda central con ciprés triste y lleno de polvo, y sendero de gravilla para los carros. Y al fondo la mansión afrancesada.
Y en el atrio aparcada una enorme limusina Packard años 40. Dos ancianas señoritas del servicio con cofia y delantal almidonados colocan con infinito cuidado una vajilla de plata y manteles de encaje en el baúl. Una dama más anciana todavía, elegantemente vestida a la moda del siglo pasado aparece en el vestíbulo, y monta en el asiento de atrás de la limusina.
El anciano portero es también el anciano chofer, y el carro sale en medio de su público de putas y basuqueros. La empolvadísima señorita Doña Marujita Patiño Roselli, vírgen de 90 años, abandona por un rato su asediada herencia paterna cuyos 15 cuartos, excepto el suyo, son ahora cuartos de alquiler para bodegaje, y se dirige con pompa y circunstancia a dar su clase semanal de protocolo de mesa a los estudiantes de diplomacia de la universidad de La Salle.
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